VIVENCIAS TELÚRICAS
Domingo 31 de mayo de 1970
TESTIMONIO DEL TERREMOTO
“De estudiante vivía en un cuarto
alquilado, construido de adobe, con techo de teja, de una sola agua sin cielo
raso y sin tarrajeo las paredes, en ella se distribuía mi catre, mi mesa de
trabajo y en un extremo un “primus” a querosene para preparar mi desayuno, el fogón
estaba ubicado en la ramada casi a la entrada de mi cuarto, también había un
pequeño patio. Semejantes ambientes construidos para estudiantes, situados en
un corralón perteneciente a la familia de Ernesto Diaz, compartíamos con 4
inquilinos, de los cuales 3 éramos de Pacllón: Alder, Rodil y el suscrito y Nicéforo
de Aquia. Por aquellos tiempos el mayor movimiento económico de Chiquian se
basaba en el alquiler de habitaciones y el rastrojo de pastos para las acémilas,
por la demanda de estudiantes de los diferentes niveles primaria, secundaria, agropecuaria
y superior la Escuela Normal que procedían de los pueblos vecinos.
A aquel día, casi a las 3 pm me
encontraba echado en mi cama escuchando por radio el partido del mundial México 70. De pronto se siente un movimiento sísmico fuerte y prolongado acompañado por
un sonido ensordecedor, instintivamente me levanto presuroso y me dirijo a la
puerta para ubicarme debajo del marco, trato de correr a la calle y me detengo bruscamente, siento pánico, desde allí volteo la mirada hacia mi cuarto y
contemplo con terror cómo se abría y cerraba los muros de adobe, caían trozos
de tierra y pedazos de tejas rotas sobre mi cama y otros utensilios, parecía desplomarse el techo; en la puerta, la fuerza del
movimiento me empujaba de un lado a otro del marco; desde allí podía contemplar
como los cerros se desmoronaban estrepitosamente hacia la carretera que descendía
a la ciudad, a su vez se levantaba polvaredas y descendían rocas de diferentes
tamaños de las alturas, no se veía circular ningún vehículo felizmente, y al
mirar a los techos de las casas, las tejas se deslizaban cual naipes en
barajas, salían disparadas hasta cierta distancia del techado y regresaban a su
ubicación anterior por la fuerza centrífuga y centrípeta que generaba aquel
movimiento, muchas caían al piso, ello me impedía correr a la calle y buscar
refugio en caso se desplomara mi cuarto.
La duración de aquel movimiento parecía
una eternidad, pasado el más fuerte continuaba temblando la tierra, daba la sensación
que convulsionaba en una lenta agonía, las réplicas se sucedían una tras otra.
Yo, me mantenía aferrado debajo del umbral de la puerta presa de terror, en el callejón
era el único presente, los demás inquilinos habían salido antes del sismo a
realizar sus asuntos personales. En las calles se escuchaban el griterío de la
gente en pánico, el desplome de algunos muros de las casas, inmediatamente la
ciudad se cubrió de espesa nube de polvo, que duro varios meses.
Apenas se detuvo los movimientos, salí
despavorido hacia la calle, todo el mundo corría como buscando algo, a esa
altura ya nadie se encontraba en sus casas, las calles repletas de gente entre sollozos
y abrazándose unos a otros como demostrando que aun vivían, corríamos a los
espacios vacíos, a la plaza de armas, a la cancha de fútbol, buscando un
espacio seguro, no nos importaba lo que en casa hubiera, se dejaban las puertas
abiertas, solo disponíamos lo que se llevábamos puesto de ropa.
Antes que oscurezca, un grupo de
estudiantes coordinamos para partir muy temprano al día siguiente hacia nuestro
pueblo a ver a nuestros padres, durante esa noche no dormimos, nos mantuvimos en
vigilia casi toda la población. Así lo hicimos al día siguiente, éramos
alrededor de 12 estudiantes entre varones y mujeres que en forma organizada
emprendimos viaje a Pacllón distante a 20 km. apenas rayo el alba, encontramos todo el trayecto del
camino de herradura cubierto de rocas y desprendimientos; desde la zona de
Timpoc o Quisipata hasta el puente Cora había una trocha carrozable a medio
construir hacia este distrito, en todo el camino los bloques de tierra y rocas impedían
nuestros pasos, algunas eran tan inmensas que nos dificultaba el tránsito, nos
impactó ver varias reses muertas aplastados por las rocas en el camino a
orillas del rio Ainin, algunas aún con vida con las patas y costillas rotas,
pero nuestra preocupación era nuestra familia, continuamos de prisa, tomando
todas las precauciones para evitar ser presa de algún desprendimiento de roca. En
el trayecto nos encontramos con algunos padres que hacían lo propio en sentido
contrario preocupados por sus hijos menores, al recibir nuestras noticias que
todo no paso de un gran susto, ya aliviados continuaron su viaje, pero
sutilmente nos da malas noticias respecto al familiar de uno de los integrantes
del grupo.
Al llegar al pueblo nos enteramos que
durante el trabajo comunal de la acequia de Rucmis, murieron aplastados por desmontes
desprendidas dos comuneros: don Ginés Asencio padre de nuestro colega Eutropio,
y Jorge Caquipoma, sobreviviendo milagrosamente don Venturo Padilla padre de
nuestro colega Rodil, cuyo rescate se prolongó hasta la noche, se encontraban
enterrados por tierra suelta todo sus cuerpos, los comuneros llevaron de noche
con linternas hasta el pueblo, de la misma manera que a los cadáveres; la zona de trabajo está
ubicada distante a unos 3 km del pueblo, en una esquina, con pendiente de unos 90
grados y 80 m. de altura desde el rio Achin.
En el pueblo, se había desplomado varias
casas y toda la iglesia colonial, manteniéndose intacta solo la fachada, esta
iglesia contaba con un púlpito hermoso con acabos de pan de oro y adornos
preciosos y tallados en madera; a su vez varias casas agrietadas, la torre
colonial no sufrió ni agrietamientos.
Al día siguiente se llevó a cabo los
funerales, todos los estudiantes acompañamos el sepelio de los fallecidos; congojados
y apesadumbrados por la pérdida irreparable los familiares y la comitiva sollozaban
todo el trayecto, la Banda de músicos del pueblo acompañaba entonando una
marcha fúnebre melancólica, propias para este tipo de ocasiones, la calle
Cajatambo la que se dirige hasta el cementerio estaba repleta de hombres,
mujeres y niños, todo el pueblo se sumó en esta última despedida a los
difuntos. Los deudos seguían silenciosamente y con los ojos llorosos el paso
del cortejo fúnebre.
Los días siguientes sobrevolaban helicópteros
el cielo del pueblo, aterrizando en el cementerio y en el campo deportivo, trayendo
medicina, víveres y brigada de médicos, a su vez la comunidad organizada se declaró
en faena permanente, limpiando calles y reparando las casas averiadas.
La promoción del colegio, estábamos en
preparativos para la celebración en grande de un aniversario más del colegio,
el 7 de junio, como se acostumbra con una serie de actividades para las presentaciones
artísticos - culturales, ya se venía desarrollando un campeonato de fútbol como
parte de esas celebraciones, razón por lo que aquel día había buena cantidad de
público espectando dicho evento deportivo en el estadio, de lo contrario hubiera
habido desgracias que lamentar. En Chiquian también se desplomo algunas casas y
muchas se agrietaron, como la antigua iglesia, pero no hubo desgracias
personales. Al igual que nosotros, muchos estudiantes de otros pueblos hicieron
lo propio. Después de un mes de asueto reiniciamos las labores escolares. Luego
de reiniciado las labores escolares como parte del curso de religión, el “Padre
Miflin” nos llevaba sacar escombros de la iglesia para aprobar dicho curso.
Buen tiempo perduro esa sensación de pánico,
particularmente el sonido, por eso cuando cada vez al pasar cerca un camión hacia
retumbar las ventanas y vibrar el piso, se apoderaba en mi ser ese pánico del
sismo al igual que a muchas personas, el trauma del movimiento telúrico perduro
por mucho tiempo en mucha gente”- Florencio Bernabé Gonzales, estudiante del 5°
de secundaria.
Fotos, tomados de Internet.
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