Perú: El país de las castas respira tranquilo
Alejandro Lira
Finalmente, a pesar de la enorme ilusión desatada, de la generosa y
valiente movilización de miles de jóvenes peruanos contra los poderes fácticos,
sus medios y su tenebrosa campaña demonizadora, no se pudo.
A Verónika Mendoza, joven cuzqueña de 35 años y candidata del Frente
Amplio de izquierda en Perú ─después de haber estado respirándole en la nuca al
segundo en liza, Pedro Pablo Kuczynsky─, le faltaron los votos necesarios para
entrar en lo que hubiera sido una final electoral de infarto en Perú: entre
Keiko Fujimori, representante del neoliberalismo salvaje, y Mendoza, encarnando
la tenaz resistencia popular a un modelo que consagra la depredación del medio
ambiente; que ha corrompido todas las instituciones habidas en Perú; que
garantiza la evasión y elusión tributaria para las grandes corporaciones; que
lleva la desigualdad económica y social a niveles sólo comparables con la
democracia de castas hindú; y donde la precariedad en salud, educación,
transporte y trabajo, haría que los peruanos tomasen el modelo actual de
austeridad europea como una vida propia para ricos.
La descripción anterior no es ciertamente la narrativa que abunda en las
radios, televisiones y prensa escrita de Perú. Un solo grupo empresarial posee
más del 85% de los medios de comunicación peruanos y, por consiguiente, el
trozo del pastel publicitario respectivo. Y, lo más importante, la capacidad de
difundir un relato sobre la realidad del país que coincida con sus propios
intereses.
La sola posibilidad de que la izquierda cuestione electoralmente el
modelo económico, ─intacto desde el golpe de Estado dado por Fujimori en 1992─,
les hizo saltar todas las alarmas. La visita que el embajador estadounidense,
Brian A. Nichols, le hiciera a Verónika Mendoza nueve días antes de las
elecciones (un auténtico cambio de tornas en un país donde todos los candidatos
a la Presidencia realizan intensos lobbies para conseguir una discreta
audiencia con el embajador de EEUU en Perú, para garantizarle su mejor voluntad
y sumisión en caso de salir electos) fue tomada como una señal de pánico. En
efecto, Mendoza consiguió evidenciar en las encuestas tal crecimiento durante
las últimas tres semanas que prácticamente, por lógica estadística, su pase a
la segunda vuelta estaba casi asegurado.
Fue entonces cuando el Poder puso en funcionamiento su maquinaria
mediática. Por aire, mar y tierra los peruanos fueron bombardeados con
información que revelaba los oscuros nexos entre el fallecido Hugo Chávez y
Mendoza: cómo ella había anotado en una agenda ajena palabras que confirmaban
la financiación de la izquierda peruana con dinero venezolano; que no sólo era
chavista sino también terruca (peruanismo por terrorista) y que su lista para
el Congreso estaba conformada por simpatizantes del terrorismo, cuando no por
auténticos terroristas; o que su padre tenía intereses en la minería informal.
No faltó en esta orgía de acusaciones la incursión de la Santa Madre Iglesia,
que a través de uno de sus más connotados pastores convocó los horrores del
infierno anunciando que los católicos incurrirían en grave pecado en caso de
votar por ella.
Fueron tres semanas de espanto y pesadilla para las élites en Perú, un
conglomerado de castas asociadas a las grandes corporaciones, que tienen a su
disposición los fondos de pensiones de los trabajadores peruanos para tapar sus
agujeros financieros, sus caídas en Bolsa y para jugar a inversionistas del
primer mundo. Según sus propios instrumentos de auto referencia, consultan con
sus espejos contables y éstos les dicen que su Perú, salvo los dos últimos
años, es el país que más ha crecido en América Latina durante la última década.
Que la pobreza se ha reducido y en el horizonte surge una clase media emergente
como lo era su mercado de materias primas.
En sus delirios anunciaban que muy pronto su país iba a llegar al primer
mundo. Y en honor a la verdad, es lo único cierto que han conseguido. Desde el
mes pasado la geografía de las castas peruanas limita por el cielo con Europa.
No precisan de visado Schengen, sólo ganas de pasear, hacer turismo y gastar en
Europa todo lo que ya se han aburrido de comprar en Perú.
A pesar de estos indicadores que señalan a un país magnifico, existe un
país invisible, un narco y sombrío Estado donde convive la pobreza con la
violencia, donde prima la ley de la selva. En los últimos diez años, dos de
cada tres peruanos han sido víctimas de un hecho delictivo; sólo uno de cada
tres ha denunciado el crimen. A pesar de la propaganda constante contra el
Gobierno venezolano, la prensa peruana ha escondido que el país sufre la tasa
de criminalidad más alta de Suramérica.
Por otro lado, ser pobre y caer enfermo en Perú y llegar a un hospital
público, es caer directamente en la antesala de la muerte; en sus laberintos
habitan médicos y enfermeras, pero no existen medicinas. Es una imagen habitual
ver a los familiares convertidos en mendigos que en una mano tienen la receta y
en la otra la esperanza de que alguien les ayude a comprar la salvación de su
pariente.
Tenemos los peores resultados continentales en educación y el último
proceso electoral ha sido una auténtica pasarela de la corrupción política.
Salvo una minoría de candidatos, los propios aspirantes a la Presidencia en vez
de currículo contaban con un abultado historial judicial, donde podía
encontrarse de todo: asesinato, blanqueo de dinero, malkversación de fondos
públicos, plagio, violación, perjurio… En fin, todo un paseo por los capítulos
del Código Penal.
Nadie parece haberse percatado de que el país con mayor índice de
desigualdad económica del continente, tiene también el índice de mayor
inseguridad ciudadana. Como si los excluidos del sistema, a su manera, llevaran
adelante una redistribución de la riqueza, que ciertamente la entidad
recaudadora peruana no tiene ninguna intención de hacer.
Conocidos los resultados de las elecciones, los voceros del modelo
económico están exultantes: la derecha entre los dos finalistas con mayoría en
el Congreso. La presencia de una minoritaria pero respetable representación de
izquierda cumplirá con creces la función de legitimar su democracia.
Uno de los más insignes representantes de la Casta de América, el
peruano Vargas Llosa, quien pedía para España un gobierno de la Gran Coalición
entre el PSOE y PP, puede estar muy contento y tranquilo con los resultados de
los comicios. La hija de quien lo venciera en las elecciones presidenciales de
1990, Alberto Fujimori, quien además llevó a la práctica el shock neoliberal
propuesto por el escritor en su campaña, va primera. Segundo va un conocido
suyo, Pablo Kuczynsky, ─la versión peruana del Gonzalo Sánches de Lozada
boliviano─ banquero, lobista y exministro de economía, a quien hace poco los
‘papeles de Panamá’ han encontrado una carta de recomendación oficial suya (en
calidad de ministro) para que un ex director del Banco Central de Reserva
peruano pudiese registrar una compañía en el paraíso financiero panameño.
Dada la composición del nuevo Congreso, el resultado de la segunda
vuelta electoral es irrelevante, la vigencia del statu quo está garantizada. En
la mañana del lunes, después de la resaca victoriosa, los portavoces de la
derecha se preguntaban: ¿podemos hacer algo en aquellas regiones donde la
izquierda ha tenido presencia? Con obsequioso beneplácito anuncian que el
próximo Gobierno debería distribuir gratuitamente pastillas con hierro para
combatir la anemia y desnutrición infantil. Según ellos, la dieta en esas zonas
está muy mal equilibrada. Salud, pues, para su Perú, tan generosos han quedado.
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